Pasaron más de setenta días que los estudiantes salieron del colegio y en breve regresarán. ¿Qué hicieron en ese tiempo?, ¿Qué pasó con sus aprendizajes?, ¿Qué leyeron? ¿Qué vieron en la televisión?, ¿Visitaron algún lugar? Cuando retornen a la escuela relatarán y redactarán pasajes vacacionales que serán escuchados y leídos.
Un buen maestro contrasta lo dicho con la realidad, sin que ello signifique desconfianza de la palabra. Los maestros debemos cerciorarnos si en casa los padres saben lo que hizo su hijo, si han estado pendientes de ellos, o si simplemente se desatendieron como suelen hacerlo muchas veces cuando los envían a la escuela. Los padres debemos saber que el soporte (afecto, observación) que reciben la familia, es relevante para sus buenos aprendizajes. La escuela ya no es el todo ni el único.
Debemos tener en cuenta que el inmediatismo y con ello el consumismo, como sutiles marañas de la sociedad actual, tergiversan las perspectivas de vida personal, siendo los niños y jóvenes los más vulnerables. La información mediática, proveniente en especial de la televisión, invade el pensamiento a cada instante. Nuestros estudiantes, asumiendo la infeliz propaganda del “vivan el presente porque el futuro llega solo”, creen en lo irrelevante de construir proyectos de vida; no le dan dirección y sentido a su existencia; todo lo dejan a la “suerte” como si ello existiera. Si abandonan la casa lo hacen por problemas, no por su desarrollo y felicidad, pues casi han perdido la dimensión histórica de sus vidas y de la sociedad. Piensan en que el todo es “aquí y ahora”, el mañana no interesa. Se vuelven consumidores por excelencia, aún en su pobreza, pues comer bien es menos vital que el pantalón de moda y el deseo de tener ya el celular de moda; están al tanto de la última discoteca y del hit actual, pero no escucharon sobre “Los sueños del celta y del pongo”.
De ahí la importancia de estar pendientes de ellos, aún cuando se sienta la fatiga del trabajo. Hasta los siete años son vitales para formarlos con afecto en la disciplina, en el estudio, en valores. Protegerles y hacerles sentir especiales es nuestra tarea porque a esa edad los padres somos los más importantes de sus vidas.
No creas que porque están en casa están libres, más aún cuando cuentan con el teléfono, internet, televisión. Esta última y su programación burda, es peligrosa verla sin criterio. La televisión deshistoriza nuestras vidas y degenera pensamientos.
Nuestra generación es literaria y la literatura es narrativa que tiene comienzo, un medio y un final; por eso necesitamos de los libros; a esta nueva generación le da igual tener o no un texto. El libro induce a la historicidad, la televisión promueve la circularidad. En una misma toma se ve el nacer, crecer y morir en desmedro de la temporalidad y de la historicidad de los fenómenos. La televisión acaba con la idea de pasado y por ello no se acuerdan de su procedencia y como tal no defienden a su tierra y luego se les reclama por qué no van a la movilización por su pueblo. Nos toca educarlos para que vean televisión pero con criticidad, buscando que encuentren sentido de comienzo, medio y final y si no la encuentran, empezaran felizmente a distanciarse.