Abril 28, 2008
“No se forman buenos ciudadanos sin alfabetización científica”, sostiene convencido el investigador Diego Golombek para introducirse de lleno en cómo se enseña y aprende ciencia en la Argentina.
La expresión coincide con lo dicho por el mismo ministro de Educación de la Nación, Juan Carlos Tedesco, en la revista El Monitor: “Hoy no existe separación entre formación científica y formación ciudadana”. Tan es así que en el marco del “Año de la enseñanza de las ciencias naturales y matemáticas”, la cartera educativa propone para 2008 profundizar el espacio dedicado al desarrollo de estas disciplinas en el aula, sobre todo para intentar revertir el pobre desempeño de los secundarios argentinos en las evaluaciones.
“No estamos conformes son los resultados actuales. No podemos aceptar que nuestros alumnos ocupen los últimos lugares en mediciones internacionales”, señala Tedesco en la publicación del ministerio sobre tal vez el principal motivo por el que el se convocara el año pasado a una comisión de expertos para que aporten su visión y recomendaciones sobre la enseñanza de las ciencias.
Golombek es uno de los especialistas que trabajó en estas recomendaciones. Dice que es necesario avanzar en un acercamiento entre los científicos y las escuelas. También que es central apuntalar a la formación docente en ciencia, a la que describe como “deficiente”.
Si bien el incentivo mediante la participación de los chicos en ferias y olimpíadas los juzga positivo, Golombek no duda que el nudo de la recuperación de enseñanza en ciencias debe pasar por la escuela, pero “no para formar cientifiquitos, sino curiosos y pibes con actitud científica”. Y para ello, propone entre otras acciones que los científicos colaboren activamente con los maestros y especialistas en didáctica.
—¿Por qué cree que estaba ausente esta relación entre la escuela y los científicos?
—Porque en general podemos hablar de bandos, el de los científicos que no salen del laboratorio y el de los docentes que están un poco a la defensiva. La formación de los docentes en ciencias es mala y hasta deficiente. Entonces se sienten —salvo excepciones— bastante inseguros, pero con ganas de saber más y sentirse mejor para acompañar a los chicos en un camino científico, en lugar de tener que bajarles línea como suelen ser las clases de ciencias. Y eso tiene varias consecuencias, como las pocas vocaciones científicas, mientras que en la Argentina se necesitan de ellas. Lo más importante es que no estamos formando buenos ciudadanos sin alfabetización científica.
— ¿Cómo se complementa la formación científica con la ciudadana?
—El tener una buena base de ciencia implica tener un pensamiento racional, una forma de preguntarte por la naturaleza y vos mismo; y el poder tomar decisiones basado en evidencias y no en pensamientos mágicos o en el principio de autoridad. Y eso empieza en la escuela, cuando los chicos son los curiosos y científicos naturales que rompen un juguete para ver qué hay adentro o salen con una lupa a quemar hormigas. Ahí están haciendo ciencia y a esto la escuela lo coarta, por eso hay que fomentar esa curiosidad innata que tienen los chicos, y llevarla hacia una mirada científica sobre el mundo.
— ¿Hace falta construir una imagen distinta de la ciencia para los chicos, desacartonarla, desacralizarla?
—También es eso. Pero en realidad lo que hay que entender es que no es lo mismo ciencia que investigación. Investigación es un fenómeno profesional, los que estudian una carrera universitaria y después viven como científicos en una industria o para el Estado. Y la ciencia es una actitud que excede a la profesión, es mirar las cosas inquisidoramente. Eso es lo que hay que formar: no cientifiquitos sino curiosos y pibes con actitud científica. Eso ya es desmitificar, y no pensar en el científico loco arquetípico de las películas. Si logramos ese cambio de la ciencia como actitud, pregunta y mirada ya es revolucionaria.
— ¿cómo juzga la divulgación científica actual?
—Si hablamos de los últimos años diría que hay claramente un despegue de las actividades de divulgación o comunicación pública de las ciencias. Antes no había casi nada de esto, porque la ciencia lo consideraba una pérdida de tiempo y los medios como algo que a nadie le iba a interesar, porque para los medios la mayoría de las historias de la ciencia no son atractivas. Y lo que ha pasado últimamente es que de los medios gráficos o a partir de programas como los de Adrián Paenza o los de Canal Encuentro se muestra que es muy interesante.
—¿Qué problemas encuentra esta enseñanza en las escuelas?
—Hay un problema formal que es que la cantidad de horas de ciencias naturales en el jardín y la primaria, que es virtualmente nula o poca. Hay una concepción tradicional de que la primaria debe servir para la alfabetización básica, es decir, leer, escribir y hacer cuentas, y un poquito de historia como saber quién fue San Martín, pero no para tener esta mirada científica. Eso me parece un error muy grave pero modificarlo implica un cambio cultural importante. Significa cambiar la cantidad de horas relativas a cada disciplina en la escuela primaria —también en la secundaria— y modificar la formación de los maestros. Muchos maestros no dan ciencia porque no se sienten capacitados para darla o se ven inseguros. El docente que está seguro de lo que enseña es capaz de, frente a una pregunta del alumno, decirle: “No sé, vamos a buscar una respuesta juntos”. Hay que saber mucho para decir no sé. La inseguridad obliga a dar las cosas tal cual están en el programa, y dejar de lado las que nos pueden meter en problemas.
—Este cambio fracasa entonces si no hay un trabajo fuerte en la formación docente.
—Efectivamente, el punto central es ese. En el corto plazo es necesario una interacción muy fuerte entre científicos y docentes, que los becarios e investigadores jóvenes vayan a la escuela a contar lo que hacen y a colaborar con los docentes en experimentos y secuencias didácticas. Pero en el mediano y largo plazo el objetivo es cambiar completamente la formación de los educadores, romper con el estancamiento y distancia que hay entre disciplinas, y pensar en el experimento como la base de la ciencia. Es muy común que los pibes vengan y te digan, en cualquier nivel educativo, que el experimento “dio mal”. El experimento no puede dar mal, en todo caso su resultado no es el esperado, y habrá entonces que charlarlo con los otros, porque la ciencia es consenso y discusión. Los datos son objetivos pero no la interpretación, que depende que se discuta. Eso no está presente en la formación docente ni en la escuela. En el aula los datos se dan como últimos, un número sagrado que no se discute.
— ¿Qué rol cumple lo extracurricular, como ferias y olimpíadas?
—Complementan, pero la base es la educación formal, de la misma manera que la divulgación científica complementa una base de educación que debe nacer en la escuela. Ahí es donde tiene que nacer todo.
Fuente: LA CAPITAL
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